jueves, 21 de julio de 2016

Pandora's Box #02

De como fue el sentir por a ver a Steve Vai y su concierto (2013).
(Crónica)
Abraham Aguilar


Lo bueno comenzó desde el día anterior. Fue cuando empezaron a desbordarse esos sentimientos de emoción y adrenalina juntados a lo largo de ya hace algunos meses, al estar vagando por internet y leer la noticia: “Steve Vai en México”. Obvio, y como era de esperarse, mi reacción ante tal acontecimiento fue la de cualquier adolescente noventera al enterarse que *N SYNC viene al país.

Ya en la noche de lunes, 25 de noviembre del año 2013, avanzada ésta, si no es que ya era “el día”, por tanta emoción, aquel desdichado Dios del sueño se negaba a dejarme dormir, hasta que le dio la gana,  únicamente dormí 3 horas.

Al despertar, aproximadamente como a las 8:30 de la mañana, no me importó que aquel sujeto de Matrix se pasara de lanza y desperté con mucha energía, hice lo que tenía que hacer y con boleto en mano, partí rumbo a un gran día. Claro, todo tiene su lado malo, tenía que pasar antes a una clase a la Facultad; pero no todo es tan malo, porque no la tuve.

El viaje rumbo al D.F. transcurrió en dos horas y media, finalizando alrededor de las siete de la noche, yo moría por ver a tan majestuoso guitarrista, pero aún faltaba el trayecto en metro -que por suerte, nunca en las tantas veces que he ido a aquella ciudad, nunca me ha tocado que el metro esté lleno- , y comer algo –la comida fue una pizza -.

Después de tanta espera, ahí estaba, sentado, en una butaca del Teatro Metropolitan, a las 8:54 de la noche, a escasos seis minutos de que empezara el concierto, el gran espectáculo, esperando, aguardando pacientemente y; desde el primer instante dejando una buena impresión a nosotros los espectadores. De repente, las luces se apagaron, la música se comenzó a escuchar,  una guitarra al fondo, todos unidos en un gran aplauso, y cuando aquel ser tocado por la mano de Dios salió el escenario, todo estalló en euforia, gritos, silbidos, aplausos y ovaciones que recibía aquel ser. Su guitarra seguía hablando, guitarra que parecía esculpida por el propio Hefesto, hablaba, literalmente Racing the world (2012), y lo logró.

Durante la tercera canción, Building the Church, (1990) el “taping” entró a nuestras almas y en cada nota, se cumplía la petición de Jesús a Pedro, y poco a poco aumentaba nuestra fe para que bruscamente con Tender Surrender (2000), cada alma presente redimiera sus pecados y purificara su alma.

Las canciones pasaban, y Vai se dirigía a nosotros, no como público sino como amigos. Su carisma y su actitud irradiaban paz y alegría, alegría que todos recibíamos muy contentos y Whispering a Prayer (1996) inundaba el ambiente  y nos tranquilizaba nuevamente. Para el la siguiente pieza interpretada, elevar nuestra alma al nirvana con The Audience Is Listening (1990) y así era, incluso más; no apartábamos ni un sentido de su omnipresencia.

Vai tocaba y hablaba, hablaba y tocaba, incluso contaba algunos chascarrillos e imitó a Prince. Así llegaron las 10:30 de la noche, la ansiedad me comía porque no había tocado una canción que es de mis favoritas, no sólo de él, sino de todas las canciones que conozco y conoceré, pero sus palabras auguraban más noche con música, y así fue. El concierto se extendió una hora más.

En la recta final del concierto, mi alma se iba llenando de tristeza y desesperación porque en mi interior sentía que faltaba cada vez menos para terminar esa  noche y la euforia que me había inyectado se iba apagando. Comenzaron a sonar unos acordes celestiales, largos y salomónicos, firmes, inacabables, como si Vai supiera que mi alma estaba triste y con unas notas cálidas la reconfortara y abrazara, como el abrazo de una madre o de un amigo cuando pasamos por un mal momento, así, Vai me regaló la mejor interpretación, nos regaló la mejor interpretación, y retomando las palabras que él dijo al principio del concierto, todos estábamos reunidos como una familia, sin importar el color, nacionalidad o religión, estábamos juntos por amor a la música; escuchando la palabra de Dios en cada nota, sintiendo y viendo For the love of God (1990) –si Dios tocara la guitarra, seguro se escucharía igual que Vai-.


El último acorde sonó, Vai dejó de tocar, sus músicos guardaron silencio, nosotros, guardamos silencio, y la catarsis… el silencio eterno duró un infinito segundo, después, en una operación coreografiada -nuestra alma casi se escapa de nosotros si nuestros cuerpos no se hubieran levantado del asiento- un rugido de aplausos y ovaciones nacieron con más fuerza de nuestros corazones, sonrisas por doquier, llanto de felicidad en algunas caras incluso en la mía. La gran fiesta había acabado, podíamos ir en paz; –no sin antes, a la hora de salir del Teatro Metropolitan, se escuchó la muy atinada y legendaria frase por parte de uno de los muy distinguidos y finos asistentes al espectáculo: “Que chingue’su madre Mancera, quiere subir el metro a 5 pesos”-.

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