De como fue el sentir por a ver a Steve Vai y su concierto (2013).
(Crónica)
Abraham Aguilar
Lo
bueno comenzó desde el día anterior. Fue cuando empezaron a desbordarse esos
sentimientos de emoción y adrenalina juntados a lo largo de ya hace algunos
meses, al estar vagando por internet y leer la noticia: “Steve Vai en México”.
Obvio, y como era de esperarse, mi reacción ante tal acontecimiento fue la de
cualquier adolescente noventera al enterarse que *N SYNC viene al país.
Ya
en la noche de lunes, 25 de noviembre del año 2013, avanzada ésta, si no es que
ya era “el día”, por tanta emoción, aquel desdichado Dios del sueño se negaba a
dejarme dormir, hasta que le dio la gana,
únicamente dormí 3 horas.
Al
despertar, aproximadamente como a las 8:30 de la mañana, no me importó que
aquel sujeto de Matrix se pasara de lanza y desperté con mucha energía, hice lo
que tenía que hacer y con boleto en mano, partí rumbo a un gran día. Claro,
todo tiene su lado malo, tenía que pasar antes a una clase a la Facultad; pero
no todo es tan malo, porque no la tuve.
El
viaje rumbo al D.F. transcurrió en dos horas y media, finalizando alrededor de
las siete de la noche, yo moría por ver a tan majestuoso guitarrista, pero aún
faltaba el trayecto en metro -que por suerte, nunca en las tantas veces que he
ido a aquella ciudad, nunca me ha tocado que el metro esté lleno- , y comer
algo –la comida fue una pizza -.
Después
de tanta espera, ahí estaba, sentado, en una butaca del Teatro Metropolitan, a
las 8:54 de la noche, a escasos seis minutos de que empezara el concierto, el
gran espectáculo, esperando, aguardando pacientemente y; desde el primer
instante dejando una buena impresión a nosotros los espectadores. De repente, las
luces se apagaron, la música se comenzó a escuchar, una guitarra al fondo, todos unidos en un
gran aplauso, y cuando aquel ser tocado por la mano de Dios salió el escenario,
todo estalló en euforia, gritos, silbidos, aplausos y ovaciones que recibía
aquel ser. Su guitarra seguía hablando, guitarra que parecía esculpida por el
propio Hefesto, hablaba, literalmente Racing
the world (2012), y lo logró.
Durante
la tercera canción, Building the Church,
(1990) el “taping” entró a nuestras almas y en cada nota, se cumplía la
petición de Jesús a Pedro, y poco a poco aumentaba nuestra fe para que
bruscamente con Tender Surrender
(2000), cada alma presente redimiera sus pecados y purificara su alma.
Las
canciones pasaban, y Vai se dirigía a nosotros, no como público sino como
amigos. Su carisma y su actitud irradiaban paz y alegría, alegría que todos
recibíamos muy contentos y Whispering a
Prayer (1996) inundaba el ambiente y
nos tranquilizaba nuevamente. Para el la siguiente pieza interpretada, elevar
nuestra alma al nirvana con The Audience
Is Listening (1990) y así era, incluso más; no apartábamos ni un sentido de
su omnipresencia.
Vai
tocaba y hablaba, hablaba y tocaba, incluso contaba algunos chascarrillos e
imitó a Prince. Así llegaron las 10:30 de la noche, la ansiedad me comía porque
no había tocado una canción que es de mis favoritas, no sólo de él, sino de
todas las canciones que conozco y conoceré, pero sus palabras auguraban más
noche con música, y así fue. El concierto se extendió una hora más.
En
la recta final del concierto, mi alma se iba llenando de tristeza y desesperación
porque en mi interior sentía que faltaba cada vez menos para terminar esa noche y la euforia que me había inyectado se
iba apagando. Comenzaron a sonar unos acordes celestiales, largos y
salomónicos, firmes, inacabables, como si Vai supiera que mi alma estaba triste
y con unas notas cálidas la reconfortara y abrazara, como el abrazo de una
madre o de un amigo cuando pasamos por un mal momento, así, Vai me regaló la
mejor interpretación, nos regaló la mejor interpretación, y retomando las
palabras que él dijo al principio del concierto, todos estábamos reunidos como
una familia, sin importar el color, nacionalidad o religión, estábamos juntos
por amor a la música; escuchando la palabra de Dios en cada nota, sintiendo y
viendo For the love of God (1990) –si
Dios tocara la guitarra, seguro se escucharía igual que Vai-.
El
último acorde sonó, Vai dejó de tocar, sus músicos guardaron silencio,
nosotros, guardamos silencio, y la catarsis… el silencio eterno duró un
infinito segundo, después, en una operación coreografiada -nuestra alma casi se
escapa de nosotros si nuestros cuerpos no se hubieran levantado del asiento- un
rugido de aplausos y ovaciones nacieron con más fuerza de nuestros corazones,
sonrisas por doquier, llanto de felicidad en algunas caras incluso en la mía. La
gran fiesta había acabado, podíamos ir en paz; –no sin antes, a la hora de
salir del Teatro Metropolitan, se escuchó la muy atinada y legendaria frase por
parte de uno de los muy distinguidos y finos asistentes al espectáculo: “Que
chingue’su madre Mancera, quiere subir el metro a 5 pesos”-.